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No das tregua a mi mente, ni a mi cuerpo. Ni un minuto en la rutina de mi vida, dejas ya vacío de tu ausencia. Pensando en ti, meto los platos sucios en la lavadora, y la puerta de casa la confundo con la de mi armario, busco y rebusco las llaves de mi coche por el bolso, y me doy cuenta que las dejé en el horno.

Y si estoy sola y te pienso. No, no quiero pensarlo... pero es que no puedo dejar de hacerlo. Mi mano empieza sola a recorrer mi cuerpo, y él se engaña, y se excita. Las lentas caricias despiertan deseos, y todo él se abandona. Primero los hombros y el cuello, el vello se eriza... pensando en tus manos. Pero son las mías las que van bajando: recorren el pecho, los dedos encuentran los duros botones que forman su centro. Y allí se entretienen, amasan, pellizcan, hasta que la urgencia les dicta que sigan, que no se detengan. Ya van por el vientre. Y llegan al pubis, y acarician despacio su rizado vello. Se entreabren las piernas, y la mano sigue, ávida, buscando, abriendo los pliegues, las zonas ocultas que laten, calientes y húmedas. Los dedos penetran por profundo túnel que mana Aquí.

Diseño tiendas online Quería que se diera la vuelta, deseaba que me penetrase, sentirme llena de su sexo, pero no lo hizo. Un movimiento, casi imperceptible de sus caderas, me dio a entender que quería que siguiese cabalgándole de esa forma. Y continué, abandonándome a esa sensación de ir montada sobre una ola, tal era el ritmo que él estaba haciéndome seguir con la parte baja de su cuerpo. Mis manos se apoyaban en su espalda y todo mi cuerpo era un vaivén frenético, mientras sentía como la tensión se iba acumulando en ese pequeño punto neurálgico, desde donde, en el momento del orgasmo, se expandía por cada poro de mi piel en una explosión de placer intenso. Caí desmadejada sobre su espalda.

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